Sociedad moderna (reflexiones de José Luis Rondán)

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Me pesa el cuerpo, las manos me pesan y los pies se arrastran casi pegados al piso; por el pesado cansancio se me caen los párpados y cubriendo mis ojos como sólidas cortinas, me vuelven un ciego.
El cerebro ya no procesa la información que quiero y mi destino es incierto, conciencia adormecida, pues no manejo los tiempos ni la dirección de la marcha y eso me confunde y me deja vacío, sin argumentos para la vida.
No consigo hacer mi huella, ni percibir la huella de quien va a mi lado y eso me hace un ermitaño. Sólo reafirmo el camino sinuoso del grupo que al igual que yo, marcha adelante, aparentemente firme, en apariencia sólido, pero hipnotizado, ajeno a la realidad, cada uno en su mundo, solitarios, muy solos en la multitud.
Pobre sociedad extraviada, enclenque, deforme, donde buscando el modernismo, la superación, la trascendencia, la comodidad que provee el confort y la tecnología del S. XXI, ha construido grandes paredes, muros inexpugnables, casi sin ventanas, no para evitar que los enemigos ingresen al mundo perfecto, sino para impedir la huida de los que se dan cuenta de que la máquina los absorbe, los despedaza y de que urgentemente deben evadirse, salir de allí, lanzarse a la búsqueda de un mundo más puro, más honesto, más diáfano y si llegaran a conseguirlo, seguramente les dirán locos, les harán la guerra, los encerrarán en jaulas de preconceptos y discriminación o los tildarán de filósofos.
El hombre nace desnudo y sus manos cerraditas, apretando las esperanzas en todo lo que habrá de conseguir mediante su pelea por la vida. Será alguien importante, tendrá dinero, influencias, salud y un mundo postrado a sus pies; pero la vida lo empuja, lo lleva por delante, lo impulsa hacia lo que llamamos nuestro inexorable destino y cuando allí estamos, cuando las fuerzas nos abandonan, cuando nuestros guías, nuestros tutores ya hace mucho que se fueron, languidecemos, nos marchitamos y cuando de cerrar los ojos sea la hora establecida, se nos habrán ido las fuerzas, los ímpetus y con ellos, la vida, dejándonos allí, en un rincón, con las manos abiertas, en señal certera de que nada habremos de llevarnos, que lo que de acá es, acá se queda.
El hombre de hoy parece no estar dispuesto al sacrificio, alguien le provee de su pan y de su leche, alguien pone en su mesa el vino, y la carne que lleva a su boca. No sabe y creo que tampoco le interesa mucho saber de donde viene ni como se hace. Un pollo, es un pollo pelado, inerte dentro de su envoltorio de film y un litro de leche es un alimento contenido en un sachet y el vino habrá surgido como el pan, por arte de magia en las inamovibles góndolas de un supermercado y seguro no pasa por su mente la imagen de los dorados campos mecidos por el viento mientras madura la espiga o penden los racimos.
Las ciudades se alzan como espinas rasgando el cielo, las urbes se expanden como plagas asolando el suelo y en su seno millones de hombres y mujeres se apretujan en sus coches, en los trenes, en sus monoambientes, tratando de llegar en hora a ningún sitio; soñando con la trascendencia, con el confort, con ser el diferente entre millones y millones de iguales y al ver que la vida es eso que nos discurre mientras pensamos lo que vamos a hacer con ella, nos aborda como feroz pirata el miedo, la frustración más cruda y allí marchamos prestos a engordar las arcas de psicólogos, psiquiatras y esteticistas que nos ¨arreglan¨ el cuerpo, más no el cerebro.
Seguramente es hora de pensar en que hacer con estos tiempos que nos tocan. Vivir la sociedad de hoy es fantástico; las comodidades, las comunicaciones, la rapidez con que ocurren o se obtienen algunas cosas, la variedad en los alimentos, los medicamentos, etc. etc. Pero como dice un viejo precepto chino, todo es droga, nada es droga; todo radica en la medida. Pero hoy no solemos disfrutar las bondades que puedan tener estos tiempos que corren por tener que trabajar para pagar un confort muchas veces estático, inusable por falta de tiempo para ello; nos atiborramos de basura, ansiosos por tener, más que por ser. Basura en el alimento chatarra o en los frutos plagados de químicos, basura en una televisión tan chatarra como la comida, donde cualquier estúpido mediático se hace de un micrófono para pregonar un verdadera basura de conceptos vacíos, que nada ni a nadie aportan nada y que poseen la mágica virtud de idiotizar a multitudes avenidas en fans; basura en las relaciones humanas donde es corriente que una máquina sea la interlocutora válida entre dos personas que ya no saben mirarse a los ojos y menos conectar su energía en un fraterno abrazo.
No todo está perdido, creo que muchos de nosotros nos permitimos aun el lujo de tener menos en el bolsillo y más en el corazón. Nos permitimos aun vivir una realidad muy diferente, aun viviendo en una ciudad, ya que nos hacemos de los espacios para compartir la vida, donde el concepto de vivir las horas con los amigos está por sobre el concepto, matar las horas con los amigos; donde es natural mirar lejos, al horizonte plateado mientras el sol se funde en el mar.
Es importante, imprescindible diría yo, hacer un alto en el camino; hoy mismo, ahora y acá, hacerse a un lado de la autopista de la vida y retomar después de un breve y consciente descanso, la senda de los que marchan más lentos, de los que se han hecho dueños de su vida y saben que todavía hay tiempo, que no es muy tarde para sentarse entorno al fuego, bajo las estrellas, mientras se desgranan historias y leyendas.
Esta actitud será seguramente la que nos dirá a la hora de partir, que no hemos vivido en vano, ya que si bien no trascendimos, no quedamos en el bronce ni la historia hablará de nosotros, mucha gente recordará con amor nuestras manos cálidas.
Recordemos además que esta sociedad tal cual está planteada, demarca brechas cada vez más grandes entre aquellos que poseen y entre aquellos que no poseen; recordemos que esta sociedad nos exige mucho, demasiado diría yo, una vida de trabajo duro, tesonero, para lograr una posición, un sitio donde acomodar mañana nuestros huesos viejos; para lograr apartarnos de esa línea delgada entre estar inmerso en la comunidad y ser tomado en cuenta o ser un institucionalizado, marginal, cuyo dormitorio es debajo de un puente o en algún zaguán.
Debemos cuidar en definitiva de no vivir como pobres una vida entera, para llegar al final de camino como ricos, haciendo el esfuerzo por llenar nuestra vida de aquellas cosas que en definitiva nos llenen de alegrías, pues la vida posee una gran paradoja, cuanto más vacía, mayor es su peso.
Busquemos se felices.

José Luis Rondán

Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
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