Tal vez la especie lo requiere, tal vez nuestra esencia de seres humanos, cual niños inocentes, nos pide asirse a una mano que oficie de guía protectora, de contención para llevarla por sendas seguras, sabiéndose, sintiéndose pequeño en este gran Universo en que hemos sido creados; en este grano de arena que forma parte de la inmensidad del espacio en que se haya suspendido, ingrávido, nuestro pequeñísimo planeta azul.
Primero surgieron los monstruos gigantes y aterradores a los que el hombre asignó nombres, estatura y carácter para acercarse al entendimiento; Plutón, Marte, Neptuno… Gigantescos seres que interactuaban con las diferentes comunidades. Odín o Zeus, Osiris, Isis, Shiva, Brhama, Tezcatlipoca o Coatlicué, sin importar la latitud del planeta en que los hombres pergeñaban sus ideas e historias respecto al surgimiento, desarrollo, confrontación y quizás muerte de esas deidades que justificaban acciones u omisiones, que daban crédito a conductas altruistas o aberrantes, que instalaban o derrocaban poderosos de carne y huesos.
En sus nombres, existencia, batallas, victorias y destrucciones, milagros de creación y de muerte, de belleza y fealdad, de generosidad y de mezquindad, los hombres pintaron muros en las cuevas, erigieron templos, levantaron enormes piedras e inventaron los rituales para el agrado de los dioses-titiriteros que movían sus vidas en toda su extensión, desde la preñez de una mujer hasta las cosechas o la leche que daban las cabras.
El rayo como espada luminosa, el bramar del trueno, el ronco despertar de los volcanes, el león fiero y letal, la fatídica serpiente, el mar bravío e inclemente, las tormentas violentas y oscuras, todo lo que el hombre no podía controlar, o no comprendía era transformado en un dios, en una enorme voluntad que lo manejaría y a la cual él se debía, débil, ignorante, inerme, desprovisto, y que muchas veces para reforzar su relación con él o ellos, sacrificaba a sus semejantes, los torturaba, los despojaba, les quitaba el corazón, los entregaba a las fieras; todo por no saber, todo para ser escuchados o para acallar los ruidos de lo incomprensible, de lo fuera de control para su corto entendimiento, para su ignorancia del medio al que anhelaban pertenecer, o por el mero hecho de ejercer poder sobre sus congéneres.
El tiempo fue pasando, las mentes fueron madurando y los hombres comenzaron a darle otro sitio a esas antiguas deidades, se les asignó el lugar de las leyendas, de los cuentos propios de las ruedas entorno al fuego y ya no fueron considerados los todopoderosos que en su afán de dominación bajaban a la tierra a preñar hembras humanas o a torcer los destinos de las naciones.
Pero el ser humano en su naturaleza, requiere de la contención del rito, de la cosa sacra, y prontamente acunó en su mente haciendo surgir en diferentes esquinas del mundo, las religiones monoteístas tales como el Cristianismo, el Islam, el Budismo, entre otras tantas, donde el hombre ya más asentado, comenzó a ordenar su espíritu disperso entre tantos nombres y cometidos, entre tantas rivalidades y asignaciones de responsabilidades que sólo lo distraían y lo confundían, centrando su atención hacia esos pro hombres, mensajeros, Mesías, Profetas, portadores de un dictado divino que marcaría el camino de la humanidad de ahí en más, uniéndola o dividiéndola más que nunca; creencias de amor y de odio, credos desde los cuales el ser humano mostraría tanto su mejor veta como su más enraizada maldad; doctrinas desde las cuales los hombres erigirían sus mejores esperanzas o desatarían sus guerras más crueles a título de la palabra sagrada.
Enarbolando banderas de unidad, de promesas por un mundo mejor, ilusiones, caridad y misericordia, fueron unidos los pueblos; se fomentó la construcción de un estilo de vida, de una identidad moral y una forma interior de ser, al tiempo que se abroqueló a los hombres aunando conciencias, para ser uno con ese Dios, pero al mismo tiempo, para atacar a las demás corrientes con el verbo y con la espada. Y los dioses, un mismo DIOS, observando silenciosamente desde alguna grada del cielo, mientras seguramente llora desde su sitial de soledad y pesar, porque los hombres cerrados, anquilosados, y violentos no han entendido nada y no se percatan que están, que estamos todos en una misma nave, el Arca universal que nos lleva una y otra vez de paseo entorno al antiguo dios Sol mientras procuramos qué hacer con nuestra existencia por momentos tan primitiva, tan ingenua, tan inocente y autodestructiva.
Fueron muchas las tierras asoladas y los pueblos diezmados en nombre de los unos y de los otros, por lo que algunos hombres comenzaron a pensar más allá, más lejos en el tiempo, generando espacios para lo que se ha dado en denominar la era de Aries, Era donde el hombre habrá de ir moldeando las antiguas creencias y las deidades que las representan, y mirando un poco más a las estrellas, empezará a soñar con la Noosfera, el viaje del espíritu hacia estados superiores de conciencia, donde suele dejarse de lado al sacerdote para ser uno quien se relacione en forma directa con el ente de energía, con la esencia divina.
Comienza la conformación de novedosas ideas, la nueva era que rompe esquemas aparentemente perimidos, trocándolos, ajustándolos a las nuevas formas de vida de un siglo veinte transitado hasta el hartazgo y un siglo veintiuno donde el hombre supuestamente nuevo, pretende ponerse otra vez de pie, aprendiendo de sus errores para echarse a andar por los caminos que la existencia le pone por delante, caminando por sendas serias y consistentes algunas veces y en otras, por veredas de confusión, de desilusión y pesar.
Las grandes religiones antiguas, hacen esfuerzos denodados por no perder posiciones frente a un pueblo de fieles expectantes, que ve ante si tambalearse los conceptos que una vez fueron sólidos, fuertes, consistentes e indiscutibles y que hoy se ven inclinados a perseguir ideas más sencillas, más fáciles, más llevaderas, carentes muchas veces de una doctrina profunda, decantada en los laberintos más profundos del templo espiritual.
Alguna de las religiones o sectas que han surgido últimamente lo hacen más fácil, allanan los caminos al punto que dan respuestas sin que existan interrogantes, abren templos donde proliferan soluciones mágicas para problemas tangibles como la falta de salud o de dinero, para la falta de trabajo o de casa, pero sin atender a lo trascendente, a lo esencial que hace a la vida de un ser humano, su espíritu, de ahí la necesidad de que los buenos guías lo amparen, lo contengan, lo protejan y lo conduzcan al crecimiento para cuando ya sin cuerpo, deba seguir su viaje más allá, camino del Oriente.
Hace algunos días tuvimos la posibilidad de ser protagonistas de un evento poco usual, el mundo cristiano recibió al nuevo Papa, Francisco, quien con su carisma y espíritu conciliador ha reavivado en la comunidad de fieles cristianos, esa flama lánguida que por momentos, en algunas partes del planeta a duras penas sobrevivía, enarbolando un discurso de puentes tendidos, de abrazo fraterno, de diálogo y cooperación.
Cada uno es un caminante y como tal, cada uno debe madurar sobre la roca del suelo y allí herir sus plantas, allí fortalecer tanto sus piernas como su espíritu y reforzar la voluntad para buscar aquello que no se presenta con facilidad a los ojos, saber oír lo que es difícil de escuchar, saber palpar con los dedos del alma, más que con los de las manos, porque en esas búsquedas está la esencia para la vida y como expresaron un día los ancianos de Mam, el hombre nuevo debería desechar las religiones superficiales, simplistas; las concepciones filosóficas no muy bien sustentadas, o insustentables y aferrarse con todo su corazón a los viejos árboles de raíces profundas y amplia fronda, antiguas religiones que han guiado a la humanidad desde los albores de su vida.
Ante esto, menuda responsabilidad la de los maestros, los guías, los sacerdotes, los imanes, la de arremeter contra el descreimiento, contra la desidia, el temor, el desinterés.
Estamos en el umbral de un mundo diferente desde muchos aspectos; diferente desde las concepciones intelectuales del hombre de hoy, diferente desde la perspectiva del cambio climático y la polución, diferente desde la óptica de las variadísimas propuestas espirituales que hay sobre la mesa, distinto desde el sentido que le damos a la vida cuando ésta va asida de la mano de la fría tecnología que todo lo maneja, que todo lo dirige, que todo lo resuelve, tal cual ocurría con aquellos primeros dioses temidos y adorados que por la ignorancia de su naturaleza hacían de la raza humana una multitud de esclavos sometidos.
Como expresara, difícil y trascendental tarea la de los guías naturales que cargan sobre sus espaldas la pesada carga de motivar, de contener, de dirigir y aventurar respuestas divinas, adecuadas al entendimiento humano; un ser que vive, se reproduce, se alimenta y trabaja, se divierte, hace el amor tanto como la guerra, construye y depreda, sueña y se enfrenta a la muerte casi siempre sin dejar de lado un enfoque netamente espiritual, aunque casi nunca lo admita.
Más allá de la presumida apreciación de que yo creo solo en mí y en mis fuerzas y solo escucho al hombre, al ser humano, porque no hay Dios, no hay Esencia, no hay un Gran Arquitecto, ni una Luz Primordial, todos sabemos en el fondo que todos somos parte de un algo que está allí, en el entorno, a nuestra vera, o aun en nuestro interior profundo, más allá del nombre con el cual lo designemos, y que en algún instante de nuestra corta y azarosa vida lo buscaremos, le dedicaremos un pensamiento o imploraremos por su asistencia.
Nadie es tan débil que no pueda en algún momento brindar ayuda a un semejante, ni tan fuerte que jamás necesite el auxilio de nadie.
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
Fundado en 1981 – Ramón Masini 2956/002 – Pocitos- Montevideo, Uruguay
Tel. (598) 2708 4339 / E-mail: [email protected]