En el mundo en que nos ha tocado vivir, todos, absolutamente todos somos constructores. Somos hacedores de cosas positivas o de cosas negativas; somos los artífices de dicha o lo somos de desgracia.
El solo hecho de vivir implica necesariamente hacerlo para el bien o hacerlo para el mal o de vez en vez, como buenos humanos, transitar entre ambos estadios, dependiendo muchas veces de la naturaleza íntima de que estemos conformados.
Hay seres humanos que están signados por una suerte de varita mágica, pues todo aquello que llega a sus manos se troca en felicidad, en bonanza, en dicha, no sólo para él sino para su entorno; son como un oasis en el gran desierto en que procuramos desarrollar nuestras habilidades terrenales, y a veces de las otras.
A esa gente se le da un terreno baldío cubierto de basura y lo transforma en un parque adonde todo el vecindario querrá acudir, a esa gente se le proporciona una hoja en blanco y nos devuelve el más hermoso poema.
Hay gente que está signada con la facultad cierta de ser un constructor de cosas buenas y no lo reconoce, como aquel que busca afanosamente su sombrero, y no sabe que desde temprano lo lleva sobre su cabeza; a veces esas personas miran las noticias y casi con envidia piensan en todo lo que harían ellos si tuvieran tal o cual posibilidad, si tuvieran tantos o cuantos millones para invertir en determinado proyecto, no sólo por la obvia necesidad de una ganancia financiera sino por el mero hecho de hacer el bien a través del mismo.
Otros ya no pretenden un vuelo tan alto y se conforman en soñar con sacar una lotería tan solo para darle una casa a su madre, o un bienestar determinado a sus hermanos o hijos.
Otros se adormilan ante un televisor escuchando esas noticias que hablan de tal o cual proceso humanitario llevado adelante por tal o cual magnate, y de la proyección que tendrían si tuvieran esa posibilidad, si fueran ellos quienes pudieran donar escuelas, aliviar hambrunas, establecer planes masivos de salud para una población cuyo país está en guerra, etc., pero no se percatan que en su entorno más cercano está la posibilidad no menor, de la construcción de algo positivo, de algo bueno, de algo trascendente y de gran futuro, la educación de sus propios hijos, la construcción seria y comprometida de su propia familia.
Por ser una situación natural en que la sociedad nos sitúa, muchas veces le restamos importancia, muchas veces dejamos fluir tal o cual actitud o comportamiento, sólo para no confrontar. Pero la educación, el generar elementos de comportamiento serio, implica el involucramiento. No podemos hacer argamasa para levantar una pared sin ensuciar nuestras manos o nuestra ropa.
Muchas veces en los pequeños aportes de ese albañil desconocido que en silencio y allá, en un rincón del edificio a medio terminar se afana por colocar los ladrillos que a él le corresponden, está la obra verdadera, están las bases para lo que vendrá.
Es todo cuestión de actitud.
Recuerdo aquella situación en que un peregrino le preguntó a un joven cantero qué estaba haciendo y éste le respondió que estaba cortando bloques de piedra, pues era lo que le habían mandado a hacer; al día siguiente se encuentra con un segundo cantero y le hace la misma pregunta y le responde que su cometido es elegir los mejores bloques para separarlos del resto, aunque desconocía para que iban a ser usados; al tercer día se encuentra con otro cantero quien afanosamente golpeaba la roca virgen y al preguntarle qué estaba haciendo, respondió decididamente, construyo una catedral, señor.
Muchas veces un padre o una madre humildes pero laboriosos en sus cometidos, construyen la mejor sociedad al amparo del anonimato, sin bombos ni platillos, sin que nadie les otorgue una medalla ni los lleve a la prensa, pues ellos no son nadie y sin embargo lo son todo.
Un gran edificio podrá mostrarse reluciente con sus espejados cristales y sus luces de última generación, con su sofisticada tecnología de avanzada y hermosos jardines, pero si sus ocultos cimientos, si la humilde piedra enterrada en la base no se halla firmemente asentada, si no está sólidamente dispuesta, poca vida tendrá la belleza concebida por el arquitecto y su equipo.
Así como expresamos que hay gente que construye para el bien, que construye en torno a sí ámbitos de riqueza y paz, hay otras personas que por donde pasan son como una plaga; donde ellos se instalan comienzan los problemas, los conflictos, la desarmonía y por añadidura, la tristeza, el llanto, la amargura.
Hay gente que la vida les brinda hermosas posibilidades para el crecimiento y prefieren caminar vestidos con harapos, por fuera y por dentro, trasmitiendo esa posición a quienes le circundan, quienes muchas veces se adaptan y repiten la conducta para sí y para sus descendientes, generando una estructura deficiente en la sociedad, donde gente que nada construye, o construye mal aunque se le enseñe, o simplemente se dedica a deteriorar lo que otros crean, mientras pululan emitiendo ruidos monocordes desde sus desafinadas almas.
Hay gente que desde su posición encumbrada, poderosa, hace de la vida de los demás, una miasma inmunda donde deja a su gente atrapada, sin posibilidades de casi nada, y para peor, viven muchos años, llevando con su longevidad a la repetición de la decrepitud moral y social, generación tras generación.
Pero bajemos un poco nuestras pretensiones en el mundo de los mega hacedores de miseria para observar por ejemplo una familia que debe vivir en una humilde vivienda, posee dos opciones, o planta una flor en la puerta de su casa para decir que allí hay vida o llena de basura el jardín. O aviva la flama de la esperanza repitiéndose que no merecen esa situación y que van a salir de ahí sea como sea o se dedican a juntar bolsas de nailon, chatarra, desperdicios y toda aquella cosa inútil o desagradable que haga de contrapeso para inhibir el sueño del vuelo.
Hay gente como expresara, que con las fuerzas de sus manos y el empuje de su espíritu construye bienestar, provee alimentos, aporta contención y paz para la evolución, para el crecimiento.
Otras en cambio con la fuerza o la debilidad de sus manos, con la fuerza de voluntad o la pasividad de su espíritu destruye o es omiso, rompe o permite, generando desdicha, rencor, odio y mucho pesar en quienes de él dependen.
¿Quién de los dos eres tú?
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
Fundado en 1981 – Ramón Masini 2956/002 – Pocitos- Montevideo, Uruguay
Tel. (598) 2708 4339 / E-mail: [email protected]