Una y otra y otra vez y así hasta la eternidad son las pretensiones de los gobernantes presuntamente progresistas de Latinoamérica para mantenerse gobernando indefinidamente sin darle paso a las nuevas generaciones y sin entender que la alternancia en el poder es la mejor garantía de democracia.
Ahora es Evo Morales, que sin él manifestarlo (públicamente), recibe del Tribunal Constitucional de Bolivia la “bendición” para postularse a un tercer mandato consecutivo que le permitiría gobernar en su país hasta el 2020.
De la misma forma cuestionable en que el Tribunal Supremo de Venezuela “interpretó” a su manera la Constitución para prorrogar el mandato de Chávez sin jurar el cargo por encontrarse enfermo y la otra resolución que pasaba por encima de la Carta Magna permitiendo que Maduro llegara a la elecciones como presidente encargado, cuando por ley debía asumir interinamente el titular de la Asamblea Nacional, es ahora el Tribunal Constitucional de Bolivia que encuentra la forma para dejar de lado el artículo de la Constitución que limita a dos el número de mandatos consecutivos.
El argumento que esgrime el Tribunal boliviano es que el actual mandato que comenzó en 2009 cuenta como primero del nuevo Estado plurinacional, refundado ese año por Morales y que según la interpretación, lo anterior ya no es válido porque el país ha tenido una refundación y se debe tomar en cuenta como tal.
Allí están, Rafael Correa de Ecuador en su tercer gobierno consecutivo; Cristina Kirchner que busca reformar la Constitución argentina para lograr un tercer mandato y vaya uno a saber que hará Daniel Ortega en Nicaragua y en Venezuela hay dudas razonables sobre el legítimo triunfo de Maduro.
Estos gobiernos que se dicen progresistas, no pueden demostrar que sean falsas las documentadas denuncias de organizaciones de derechos humanos sobre el acoso a los medios de prensa y la falta de libertad de expresión que finalmente terminan dando por tierra lo que ganaron en las urnas.
Winston Churchill dijo una frase que sintetiza todo lo expuesto: “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”.
En estos casos se puede entender que no hay estadistas y mucho menos, sabios.