La vida nos plantea a cada instante, pues esa es su naturaleza, diferentes problemas a resolver; obtenemos riquezas materiales en ese efímero tránsito al que llamamos existencia, que tal cual llegan, se marchan, por lo que debemos ser conscientes de que no lo son todo, evitando desvivirnos por lo transitorio, por lo que no podremos llevar. Es bueno andar ligero de equipajes.
La piel se marchita, el cabello se viste de nieve; los días se marchan uno tras otro y en ese viaje del tiempo, se encaraman al tren que parte, la carne firme, la mente clara y nuestros más caros afectos.
Desde el instante mismo de la concepción vamos perdiendo cosas. Al nacer perdemos la seguridad y el abrigo del vientre materno. Con el paso del tiempo debemos asumir en la rigurosa aula de la vida, que nadie nos obsequiará nada, que todo debemos ganarlo, por lo que cada evento implicará crecimiento y maduración, pérdidas, logros, fracasos, penas y alegrías…
Todo en nuestro derredor está sometido a cambios, a alteraciones, a llegadas y partidas; la dinámica es la constante, aunque lo más importante no suele cambiar, la fuerza interior que nos habita y que ha ido creciendo a través de los años, se transforma en el báculo que nos sostiene, que nos da estabilidad en el camino en que marchamos reafirmando nuestras convicciones. Esa fuerza no posee edad, seguramente nos acompañará vida tras vida.
La fuerza del espíritu es el plumero dispuesto a sacudir cualquier telaraña, por ello debemos apoyarnos en su vitalidad y vigencia para mantenernos sólidos y que las adversidades nos encuentren de pie, firmes y decididos a dar batalla.
Cuando sintamos que decaemos debemos inmediatamente tomar conciencia de que para cada llegada hay necesariamente una partida; nada se instala para siempre. Así como la felicidad no es eterna, ni el bienestar permanente, tampoco la angustia, el sufrimiento ni las pérdidas. Para cada logro habrá un nuevo desafío, por cada noche oscura, aguarda un nuevo amanecer, tras cada tormenta, la calma.
Si estamos vivos, si la sangre cabalga roja y ardiente por nuestras venas, sintámonos realmente vivos, y actuemos como tales; la vida nos dará mil veces por el suelo, pero también nos permitirá ponernos nuevamente en pie, he ahí la dignidad con que dispongamos nuestra vuelta a la vereda. Eso es aprendizaje.
Cuando la hora sea dada para dejar partir amores irremplazables, no lloremos de tristeza por el que debió marcharse, dejemos que se vaya deseándole suerte en su nuevo desafío, no lo retengamos más que en nuestros pensamientos y hagamos honor al tiempo en que pudimos andar a su lado. Seleccionemos pues aquellos instantes vividos que aporten, que sumen, ya que revolvernos en las angustias, en las tristezas, solo acarrearán vacío y llanto y eso enferma.
Ante las adversidades prosigue tu marcha, aunque muchos esperen que abandones; se optimista a pesar de la fatiga. Debes saberte y sentirte portador de una misión a cumplir; no permitas jamás que la flama del entusiasmo se extinga y haz con tu actitud, que la gente en vez de lástima, te tenga respeto. Recuerda que suelen tratarte tal cual te ven.
Vive y actúa siempre de acuerdo a tus principios, si no puedes correr camina, si no puedes sostenerte, utiliza un bastón, pero jamás te detengas, ya que tras cada recodo, detrás de cada montaña o al vadear un río ya sea calmo, ya sea turbulento, tu sino te reserva alguna nueva tarea a cumplir y si la buscas, y si la aceptas, y si la aceptas, por difícil que parezca, te será permitido crecer y madurar ganándote el respeto de otros que como tú llevan adelante su búsqueda, permitiéndote además crecer y madurar, no sólo para prepararte para la hora en que debas partir definitivamente sino que al mirarte una mañana cualquiera en el espejo que refleja tu interior profundo, sientas que no perdiste el tiempo y por ello te sientes bien contigo mismo
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
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