Uruguay: cuando los políticos se olvidan de la cultura (2ª parte)

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Demolición de la fábrica de alfombras Assimakos (Imagen de Canal 10)
Demolición de la fábrica de alfombras Assimakos (Imagen de Canal 10)
Ayer hablábamos sobre la lamentable falta de apoyo a la cultura y a los miles de profesionales que a diario en todo el país, quieren trabajar en lo que se han preparado, ya sean actores o actrices, escritores, poetas, músicos, cantantes, guionistas de cine o TV y tantas otras profesiones relacionadas con la cultura.
Muy poco se habla de arquitectura histórica del país que viene siendo destruida, sin que nadie le ponga freno y proteste. Basta ver el acto de destrucción del antiguo edificio de alfombras Assimakos, que estaba ubicado en Av. Italia y Mataojo, una muestra de la arquitectura uruguaya. Una empresa comercial adquirió el predio en el que se situaba el inmueble “La indígena” construido entre 1946 y 1948 por el arquitecto Jorge Caprario (1896-1997) y en el que funcionó durante las décadas del 50 y 60 como ya dijimos, la fábrica de alfombras Assimakos.
Hasta el diario Clarín de Argentina se horrorizó de lo que allí ocurría y en una nota expresó: Resulta alarmante la cantidad de edificios con notable valor patrimonial del casco histórico de Montevideo que en los últimos años fueron salvajemente demolidos o que no se encuentran mantenidos adecuadamente.
El director de la Unidad de Patrimonio de la Intendencia de Montevideo, Ernesto Spósito, consideró de todos modos que la demolición del edificio de la fábrica Assimakos “es una pena”, aunque recordó que la construcción no estaba incluida en la lista de edificaciones protegidas.
Spósito dijo a Montevideo Portal que se trataba de un “edificio interesante” y que “nos hubiera gustado que estuviera dentro de los protegidos”. Sin embargo, el lugar en el que funcionó la fábrica no estaba dentro del listado de los bienes con protección departamental. Todo muy mal ya que ahora se lamenta que pudo evitarse antes.
Los intereses económicos de las empresas constructoras y las políticas negligentes por parte de las autoridades municipales son algunas de las razones por las que esta ciudad corre el riesgo de perder para siempre piezas únicas de su riquísima historia, asegura la nota de Clarín.
Y podemos seguir, el Palacio Urtubey fue la residencia presidencial entre 1938 y 1942 (presidencia de Alfredo Baldomir) y desde 1975 hasta 1987 se organizó en sus jardines, la antigua Feria del Libro de Montevideo. Hoy no hay en ese sitio ni siquiera una placa que recuerde su belleza y esplendor. No quedó nada, hoy está allí la Torre de los Caudillos sobre Br Artigas.
El diario El País en un editorial ” La ciudad que se perdió”, señala algo que realmente preocupa: Cuando los observadores veteranos comparan la magnífica mole del viejo Mercado Central (que se levantaba detrás del Solís) con la insignificancia del edificio que lo sustituyó, o cuando también se compara lo que fue el Bazar Colón (en Sarandí y Juan Carlos Gómez), que era el local comercial más precioso de la ciudad y cayó para hacer lugar a un edificio de imperdonable y deslucida línea, hay motivos para indignarse.
El editorial de El País, agrega: Se toleró por ejemplo en la Plaza Cagancha la desaparición del Palacio Jackson y del Palacio Golorons, para hacer sitio a construcciones cuyo interés no se discute, pero que quebraron para siempre la unidad en el entorno de ese espacio público. Se dio vía libre a otros descalabros en el ruedo de la Plaza Independencia, con la caída del Hotel España y de la antigua Pasiva. Cayó igualmente el Teatro Artigas para dejar durante décadas un baldío inaceptable, se liquidó el circuito de los grandes cafés céntricos (Tupí Nambá, Jauja, Sorocabana, La Giralda) que eran bastiones de encuentro e intercambio social, artístico e intelectual. Se desmantelaron cines de hermosura que exigía una defensa para que sobrevivieran (Ambassador, Grand Splendid) y no degradaran el entorno transformándose en sedes de sectas ajenas a nuestro medio (Trocadero, Radio City). En esos y otros casos no se trata de abrir las puertas a la modernidad. Se trata en cambio de un grave desorden administrativo en relación al patrimonio y a la cultura inseparable de él. Pero más allá de esa crisis corresponde seguir combatiendo para salvar lo que sigue en pie, dice El País.