La mochila del militante (reflexiones de José L. Rondán)

0
145

José L. Rondán
José L. Rondán
Hace unos días por circunstancias que no vienen al caso, tuve la oportunidad de participar de un evento no muy común, un acto llamativo que quiso ser sentido desde el punto de vista humano, no sé si lo logró o fue solamente un trámite de agenda, pero que no obstante ello, convocó a una gran cantidad de personas, unas directamente involucradas, otras, como yo, meros espectadores, gente del Gobierno de la República, de grupos de Derechos Humanos, etc.
Hacía mucho calor, el día estaba claro, las veredas de la ciudad sumamente transitadas; gente de compras, gente que se detenía unos instantes, observaba y proseguía después su marcha hacia la playa de arenas blancas. La prensa que apuntaba con sus cámaras, los y las disertantes refiriéndose al evento, a la importancia, la trascendencia de la convocatoria, etc.
Se colocaba allí, en la vereda, una nueva Marca por un detenido desaparecido. Creo que van tres en el departamento de Maldonado, Uruguay.
Escuché algunos discursos, sólo uno sentido, el resto, para mi gusto, un trámite, una instancia a cubrir por el hecho del evento.
Tópicos de la dictadura cívico militar, las bondades de la militancia, la desgracia de los caídos en la lucha, las tragedia de los detenidos desaparecidos, la desinformación, la falta de colaboración de los diferentes actores, la importancia de no caer en el olvido que por lo general el tiempo impone, las luchas que se llevaban a cabo en esos instantes, proyectos, planteos de nuevas instancias, etc. etc. etc. Me fui a tomar una cerveza helada.
El acto finalizó con la recordación del militante detenido desaparecido, aplausos, vítores, y pronto el bar donde estaba ubicado bebiendo de mi jarra bien fría, se fue poblando de contertulios ávidos por algo fresco para mitigar los treinta y cinco grados a la sombra.
El tema central, la militancia, los recuerdos de la ya casi olvidada dictadura, las torturas, los planteos para nuevas movilizaciones.
-¿A qué te dedicás?…¿Sos docente? -¡No!…Ni ahí, soy jubilada de presa política torturada por la dictadura…-Mmmm, haaaaa….Ta bien. (siguió más tarde la conversación).
El aire se volvía denso, pesado; la cerveza fría ya no lo era tanto, la jarra se había entibiado con la pesadez de la propuesta y aunque algo me decía que debía estar allí un rato más, deseaba irme.
-La que habló es una bruja; le hizo creer a fulana y a sultana que iban a cobrar por sus familiares desaparecidos y nada. Los engañó.
-Si… es cierto, vendió la piel del oso antes de cazarlo y ahora se manda este acto, a esta hora…¿Saben para qué? Para que estén los canales de la tele, para salir en cámara; sólo por eso, los desaparecidos le importan un carajo.
En todos lados se cuecen habas, pensé, y en mi casa por carradas…Le sacaron el cuero dos horas a la mujer que había hablado, después volvieron su conversación hacia otros tópicos, aunque siempre entorno a sus muertos, a la militancia, a la dictadura, a los desparecidos. ¡Por favor!
Pagué lo que había bebido y me marché, y mientras lo hacía, los pensamientos bullían en mi cabeza, y aunque deseaba pensar en la playa, en el hermoso paisaje, en la gente despreocupada, en la suave brisa, volvía sobre la carga de esa gente de la memoria, de la militancia, de la tortura; visualizaba la mochila que cargan como si de una joroba se tratara, pues en más de dos horas ese había sido el único tema, el cual por reiterado, por trillado, se había tornado en algo así como en una habitación cerrada donde se han convocado diez o doce fumadores. El aire allí era una quimera, aunque afuera el sol brillante y la brisa cálida invitaban al paseo.
Pensé en la dictadura y sus atropellos, en los detenidos, en los desparecidos, pero también pensé en la guerrilla mezquina y cruel y en la muerte de soldados y policías a quien el Estado ha olvidado por completo, como si fueran ellos los insurgentes, cuando sólo defendían las vapuleadas instituciones y por ellos, no veo que nadie ponga una mísera placa.
Pensé en cómo se fueron planteando las cosas para que una vez derrotada la caterva rebelde, se instalaran con sus trastes gordos los militares prepotentes; en medio, el pueblo sufrido, el pueblo humilde por el cual todos dicen luchar, por el cual los de un lado y los del otro, dicen pelear.
Basta observar los diferentes pueblos del mundo donde enardecidos líderes se erigen para liberarlos, y mientras rompen unas cadenas, les van poniendo otras; mientras los liberan de unas jaulas, están abriendo las puertas de una nueva donde los obligan a instalarse y si no les gusta, son insurgentes, quinta columna, rebeldes sin causa y porque no, traidores a la Patria.
Percibí el odio inmerso en aquellas personas que se vieron impedidas por muchos años de gritar su dolor y ahora lo hacen y lo hacen fuerte, muy alto, a tal punto que no escatiman esfuerzos ni medios para lacerar los oídos de quienes estamos en otro camino, de quienes entendemos que esa no es nuestra lucha, aunque la premisa es etiquetarte y ubicarte en el sitio adecuado del escaparate, por que poseen esa necesidad de identificar posibles enemigos, en un bando o en otro. Si no estás conmigo, estás en mi contra. Así de sencillo, así de diáfano, así de tajante.
Esa es la mochila pesada que lacera los espíritus de quienes se identifican como compañeros y compañeras de nuestra maltrecha izquierda; el pesado paquete que el destino les ha impuesto, por voluntad propia o por designios éste, y que por ser tal, difícilmente les permitirá verdaderamente poder soñar con un País para todos, inclusivo y total, ya que lamentablemente cuando se arrastran las pesadas cadenas del pasado, los pasos hacia el futuro se entorpecen, se hacen difíciles cuando no imposibles y te obligan a forzar la marcha.
No sé hasta cuándo tendremos que convivir con la segregación, con la mezquina necesidad de poner a la gente en cada casillero; no sé hasta cuándo el compañero y la compañera tendrán certificado de luchador social, aunque hayan hecho la plancha veinte años y hoy corran alocadamente detrás de un carguito que creen merecer, no sé hasta cuándo tratarán de hacernos creer que las cadenas del pasado oscuro son inherentes a nuestras vidas y debemos marchar alegremente con ellas asidas a nuestros tobillos y nuestros espíritus, único camino para acceder al sueño de la Patria Grande.
Descarguemos de una vez por todas de nuestros hombros, esa mochila gris, rotosa y maloliente de un pasado que las nuevas generaciones no buscaron, porque lo crean o no, nada bueno nos traerá en el futuro, más que separación, más que distancia entre los unos y los otros, y los líderes, los verdaderos, los auténticos líderes, lo saben.