“El Señor sabe que la tarea de ungir al pueblo fiel es dura; nos lleva al cansancio y a la fatiga… Rezo por los que trabajan en medio del pueblo fiel de Dios que les fue confiado, y muchos en lugares muy abandonados y peligrosos”, es la exhortación del Papa Francisco en su homilía en la celebración de la Santa Misa del Crisma al inicio del Triduo pascual.
En una soleada mañana romana, el Pontífice recordó las palabras del salmista refiriéndose a los sacerdotes cuando dice: «Lo sostendrá mi mano y le dará fortaleza mi brazo (Sal 88,22). Así piensa nuestro Padre cada vez que ‘encuentra’ a un sacerdote».
El Santo Padre afirmó que, “la tarea de ungir al pueblo fiel – de Dios – es dura, nos lleva al cansancio y a la fatiga. Lo experimentamos en todas sus formas: desde el cansancio habitual de la tarea apostólica cotidiana hasta el de la enfermedad y la muerte e incluso a la consumación en el martirio”. El cansancio de los sacerdotes, dijo el Papa, es como el incienso que sube silenciosamente al cielo, nuestro cansancio, señaló Francisco, va directo al corazón del Padre y en esta tarea, agregó, que los sacerdotes no están solos, sino que son acompañados por la Madre de Dios. Ella, dijo el Sucesor de Pedro, como Madre, sabe comprender cuándo sus hijos están cansados y no se fija en nada más.
Las tareas de los sacerdotes, señaló el Obispo de Roma, “no son tareas fáciles, exteriores; las tareas mencionadas por Jesús implican nuestra capacidad de compasión, son tareas en las que nuestro corazón es ‘movido’ y conmovido”.
En la homilía el Papa dijo: El cansancio de los sacerdotes… ¿Saben cuántas veces pienso en esto: en el cansancio de todos ustedes? Pienso mucho y ruego a menudo, especialmente cuando el cansado soy yo. Rezo por los que trabajan en medio del pueblo fiel de Dios que les fue confiado, y muchos en lugares muy abandonados y peligrosos. Y nuestro cansancio, queridos sacerdotes, es como el incienso que sube silenciosamente al cielo (cf. Sal 140,2; Ap 8,3-4). Nuestro cansancio va directo al corazón del Padre.
Estén seguros que la Virgen María se da cuenta de este cansancio y se lo hace notar enseguida al Señor. Ella, como Madre, sabe comprender cuándo sus hijos están cansados y no se fija en nada más. «Bienvenido. Descansa, hijo mío. Después hablaremos… ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?», nos dirá siempre que nos acerquemos a Ella (cf. Evangelii gaudium, 28,6). Y a su Hijo le dirá, como en Caná: «No tienen vino».
El cansancio del sacerdote con olor a oveja
Este cansancio en medio de nuestra actividad suele ser una gracia que está al alcance de la mano de todos nosotros, sacerdotes (cf. ibíd., 279). iQué bueno es esto: la gente ama, quiere y necesita a sus pastores! El pueblo fiel no nos deja sin tarea directa, salvo que uno se esconda en una oficina o ande por la ciudad en un auto con vidrios polarizados. Y este cansancio es bueno, es un cansancio sano. Es el cansancio del sacerdote con olor a oveja…, pero con la sonrisa de papá que contempla a sus hijos o a sus nietos pequeños. Nada que ver con esos que huelen a perfume caro y te miran de lejos y desde arriba (cf. ibíd., 97). Somos los amigos del Novio, esa es nuestra alegría. Si Jesús está pastoreando en medio de nosotros, no podemos ser pastores con cara de vinagre, quejosos ni, lo que es peor, pastores aburridos. Olor a oveja y sonrisa de padres… Sí, bien cansados, pero con la alegría de los que escuchan a su Señor decir: «Vengan a mí, benditos de mi Padre» (Mt 25,34).