Ha muerto un pequeño gran hombre el cual la historia dictó para él, estar en un sitio especial, el estadio de Maracaná, en un momento específico, la final del campeonato de fútbol de 1950, y que fuera el artífice para el silencio y la angustia prolongados de todo un pueblo; hacer el gol de la victoria del equipo uruguayo, en dicha final y ante una gran potencia como lo era Brasil, y ante unas 200. 000 personas, conociéndose ese día, como el Maracanazo.
No hay casualidades y sí causalidades, y esto lo expreso en virtud que el legendario deportista dejó este mundo, justamente el mismo día en que la mítica gesta futbolística, 16 de julio, cumplía sus primeros 65 años de alcanzada, día en que el hombrecillo enjuto y de finos bigotes, calzó sus botines, se colocó la camiseta celeste y se dispuso a reunirse con sus antiguos camaradas de aquel fantástico día en que un país de apenas tres millones de personas, echó un gigantesco, pesado y oscuro manto de mudo sentimiento sobre el pueblo brasilero.
El viejo pensador expresó que una persona muere dos veces, una cuando deja de latir su corazón, marchándose de este mundo, y la otra, cuando ya nadie recuerda su nombre o su rostro, perdiéndose en el olvido.
Probablemente no será este el caso del mítico jugador de futbol, iniciado en el gran Club Atlético Peñarol, de Montevideo, ya que por su manera de jugar, su forma de arremeter contra el arquero brasilero, llevando entre sus pies como amarrado, aquel balón de cuero marrón; su agilidad y habilidad para desarrollar los esquemas determinados para el monarca de todos los deportes, el señor Fútbol, se transformó en el artífice para la magistral victoria, agregando una nueva estrella a la casaca Celeste.
Hoy le saludamos con el cariño y reconocimiento enormes que sólo a quien ha realizado algo importante, se le dispensa, haciendo votos para que pueda, ahí donde se encuentre, jugar el mejor partido con el cual un gran deportista pueda soñar.