Lo cierto es que un tipo caminará solo por un mundo completamente inanimado.
Todo menos él será objeto.
No soplará el viento ni se moverán las aguas; no cantarán los pájaros ni bailarán las niñas.
Los seres: momias.
La existencia yacerá cataléptica, muerta.
Y en medio de todo esto, “mi” vagabundo rogará por la más nimia compañía, por el más insignificante sonido.
Ya medio loco el hombre saltará y gritará entre caras estáticas que no lo oirán.
Las escupirá, las golpeará, pero nada. La quietud parecerá eterna; el silencio irrompible.
Mas un día, en menos de un segundo, todo estallará.
La civilización seguirá corriendo sin saber que una vez paró.
Altísimas velocidades volverán a ser desarrolladas: miles y miles de kilómetros por hora.
Los ruidos serán constantes; nada ni nadie se detendrá.
Entonces nuestro hombre buscará:
-Señor…
-¡Señora!
-¡Oiga…!
-¡Por favor escu…!
-¡Alguien que me tenga en cuenta, que me hable!
Y cada vez más loco, el sujeto seguirá solo como antes, en silencio…
Porque silencio es el ruido cuando no se le escucha, porque es quietud el movimiento cuando no se detiene, porque en rutina se transforma todo lo que es siempre.