Wilson

Por Luis Rondán - especial para ICN Diario

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Interpretación gráfica de L. Rondán

Cuando un individuo llega a determinada edad, tiene la necesidad  con más frecuencia, de mirar hacia atrás, hacia ese camino que ha recorrido,  sintiendo que tan solo han pasado algunas  horas,  sintiendo cómo casi todo lo vivido  se pierde en la nebulosa de la memoria y por ello hace por aferrarse para no perderlo.

En lo que me es personal tengo por hábito, cual peregrino en el camino sagrado de la vida, detenerme regularmente para ordenar el morral de las experiencias; ese ya viejo  y creo que hasta maltrecho morral donde suelo guardar, haciéndolo desde niño, cada cosa que me ha ocurrido, cada vivencia, buena o mala,  cada tramo de la necesaria  senda hacia la construcción de la madurez como ser humano, como hombre.

Como expresara, revisando entre las diferentes cosas que fui acumulando, pude encontrar  pasajes hermosos de la niñez, de la escuela,  de los mejores momentos vividos en mi barrio de Villa Colón; de infinidad de momentos junto a mi madre, mi padre y mis hermanos y entre todas esas fotografías de la memoria, casi en la etapa de la adolescencia,  descubrí la imagen de un hombre al cual mi padre y sus amigos respetaban y solían recibir con gran algarabía cuando visitaba el viejo club partidario de la lista 400, del Partido Nacional;  tanto es así que mis inicios en el mundo del arte se debió a un retrato que hiciera de él, ya que mi abuela, emocionada al verlo,  decidió pagar por mis primeros cursos de pintura…

Ese hombre al que hago referencia, era Wilson Ferreira Aldunate.

Esa figura fue y vino por los sinuosos senderos que debí recorrer, desde el golpe del 73 hasta el día de su retorno tras el  exilio, allá por  junio de 1984, justo el día de mi cumpleaños número 27. El pueblo agolpándose para recibirlo, las idas y venidas, las negociaciones,  el barco que lo traería, el despliegue militar, su desembarco, su prisión en el cuartel del departamento de Flores, sus discursos propios de un líder,  cargados de conciliación y fortaleza y la euforia de la gente…Su muerte y como contrapartida, su ubicación en el podio de los grandes.

Desde hace más de tres décadas y hasta ahora,  en un instante u otro a lo largo de todo ese periplo y tras andar por cientos de senderos, unos fértiles otros áridos, unos amigables otros pedregosos y llenos de peligro, esa figura apareció haciéndome volver a mis épocas de adolescente, cuando mi abuela, a raíz de un retrato,  como ya expresara, comenzó a pagar por mis estudios de arte.

Aun hoy,  como siempre lo hice, me detengo frecuentemente para vaciar la raída mochila y para mi sorpresa,  me encuentro con imágenes que  hacen que me sienta parte viva de la historia de este bendito país, pues  recuerdo vivamente el pasaje por el cuartel de comunicaciones, del barrio Peñarol,  ataviado con una deslucida capucha verde oliva, junto a un grupo grande de jóvenes  como yo,  y años más tarde conociendo a los generales del proceso.  Por ahí van saliendo retazos de vivencias y entre cientos de  trozos de memoria, surgen imágenes de Candeu en el mítico acto del obelisco o mis encuentros con el Doctor Batalla, llegando a  casa en su primer acto  como vicepresidente electo, para saludarnos y comer la pascualina de Pilar que tanto le gustaba, o conversando con el general Seregni, quien aquel día me pidió prestada una lapicera para después hacer un comentario jocoso, del cual obviamente ambos nos reímos, o Washington Beltrán o Carlos Julio en el Movimiento Nacional de Rocha, sacudiéndole el auto en Colonia y Río Negro; o Tarigo enojado, desencajado, en la redacción del diario El Pais, cuando el gobierno le clausuró su última edición del semanario por él dirigido, ya casi finalizando el gobierno cívico militar,  o la Tota Quinteros, mamá de Elena, quien frecuentaba mi casa y con quien teníamos largas charlas,  y como ellos, otros tantos,  hombres y mujeres, algunos de los cuales afortunadamente están entre nosotros y por eso no entro en detalles de esas imágenes que atesoro en mi interior, pero que con seguridad aparecerán esporádicamente en ese reordenar del mencionado morral, tal cual yo mismo, con certeza apareceré en las fotos de la memoria de mucha gente con la que hemos hecho huellas en este espacio de nuestra existencia.

Este martes 16 se celebra un nuevo aniversario del ansiado retorno de Wilson, y en esta reflexión quiero expresar el sentir de la existencia de un ser humano,  cualquiera sea él, ya que en la creencia de  que se muere dos veces, la primera cuando el corazón deja de latir  y cesan los signos vitales y la otra,  cuando la última persona que le conoció, le amo, o lo recuerda, deja también de existir, llevándolo a desaparecer definitivamente, este insigne hombre de nuestra Patria, tal cual lo hacen Leandro Gómez, Aparicio o Herrera,  vivirá por muchos siglos,  ya que en cada acto, en cada  idea en que su nombre aparezca, él levantará  poderosa y vigente su voz del líder que un día supo ser.

L. RONDAN