Hacé la tuya (reflexiones de José Luis Rondán)

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José Luis Rondán
José Luis Rondán
No conozco a quien va a mi lado, no comprendo lo que dice y menos aún su mirada; no entiendo sus mensajes gestuales, ni logro interpretar su sonrisa.
La familia, esa hermosa, trascendente e indispensable célula se va disgregando ante nuestros ojos; los componentes químicos producidos por la individualidad, por la ausencia del espíritu de sacrificio, del compromiso y las responsabilidades compartidas, la han erosionado de forma tal que hoy por hoy casi nadie aspira a formar parte de ella, pues es visto este núcleo básico, como una cadena que aferra, como un peso que limita, como un suncho que aprisiona y nos hace ver como tontos si aseveramos tener la ilusión de conformar una.
Criar niños el resto de la vida; si quedas embarazada, no hay quien te salve de la gordura, ni de las estrías; lavar ropa ajena; despertarte con la misma persona a tu lado todos los días…No, eso no es para mí.
– Estáis unos para toda la vida… dice el cura en forma solemne; quizás sea demasiado tiempo para estar junto a una persona, probablemente sea un camino demasiado engorroso para transitar de a dos como si fueran uno, ya que las opciones de elección en la vidriera social, se han multiplicado, instalándose en ella la posibilidad de variar, de alternar, de vivir y construir relaciones no demasiado comprometidas, sin sacerdotes que bendigan las uniones, sin hijos que entorpezcan nuestro libre albedrío, sin casas donde compartir cuentas, sin enfermos que cuidar, sin la necesidad de apaciguar alborotos infantiles, ni berrinches, ni dar consejos o hacer tareas. El mono ambiente es una solución para cuando deseo cultivar la soledad, y mi apartamento, o el de ella, o él, la opción para el encuentro casual, vivificante y renovador.
Los lazos no prosperan, la humanidad no aflora, y el hombre y la mujer nuevos, se abren a la experiencia del no compromiso, construyendo su senda sin involucrarse, sin meterse en lo que no es de ellos y haciendo lo que vulgarmente escuchamos por ahí, hace la tuya, no te metas en lo que nadie te preguntó o adonde nadie te llamó, parece ser una constante, y la individualidad más extrema nos abre puertas y nos otorga una credencial de persona autosuficiente, probablemente, ícono a imitar, aunque a veces nos duela la soledad.
Antiguamente, cuando yo era pequeño, en mi barrio habían solo dos o tres vecinos que poseían un automóvil, y esos vehículos estaban al servicio de los vecinos; eran el transporte para todos los que entraran en ellos si había un paro de buses, eran la ambulancia si había un enfermo o alguna parturienta, eran el flete si alguien necesitaba transportar algo incómodo o muy pesado y además eran los portadores de las noticias buenas o malas en virtud de la movilidad que el automóvil les permitía.
La gente se ocupaba de sus vecinos, a la gente le importaba quien vivía a su lado y entre ellos compartían inquietudes, una herramienta, una inquietud, un consejo, y si no se veían por algún tiempo, no vacilaban en ir a visitarlo para saber de su salud, llevando una botellita, un mate, o algún pan recién horneado. Un casamiento o un bautizo tenían la misma jerarquía que un velatorio o un cumpleaños; el grupo siempre acompañaba, siempre vivían, luchaban, se movían, se nutrían, envejecían, morían y se recordaban juntos.
No había telefonía ni computadoras, no existían faxes ni televisores, pero había deseos trascendentes de ser parte uno del otro, de construir desde la base el núcleo básico que hizo que la humanidad avanzara a través de las épocas, la familia.
El mundo ha dado tantas vueltas que ya he perdido la cuenta, tanto como he perdido la cuenta de cuanto hace que el ser humano comenzó a erigir los altos muros grises entorno suyo, ocultándose, huyendo, retrayéndose y mostrándose únicamente a través de la falsedad de muchos de los datos que aporta a través de una pantalla o un teléfono. Fíjense que todos buscamos ser o aparecer como los diferentes del grupo, pretendemos que nos vean como los distintos, como los portadores de algo especial, logrando únicamente no parecernos a nada más que a todos los otros nosotros mismos.
Hoy cada quien hace la suya, no se complica, no se involucra, no hace suya la pena del vecino, deshumanizándose sin percatarse que en algún momento de su vida, el también habrá de requerir de un vecino quien ocupado en sus quehaceres, sienta que no está motivado ni obligado, y que haciendo la suya, algo le dice que no debe involucrarse, dejándote despiadadamente desamparado.
No estoy denostando a la bienvenida tecnología, a los medios que hoy permiten que un padre o una madre vea a sus hijos emigrados, que un estudiante o un profesional busque información de procedencia lejana o que se acorten distancias antes insalvables; solo me revuelvo en esta cama en la que la idiotez pretende que me quede, prometiéndome descanso, abrigo y paz, pretendiendo que me olvide que los humanos hemos llegado hasta acá, para bien o para mal, porque hemos sabido formar una sólida cadena de similares inquietudes, voluntades y aspiraciones y que no debemos olvidar que como la solitaria hoguera, solo daremos calor y luz, solo cocinaremos el alimento o forjaremos metales, en la medida que nos nutramos con la energía vital y auténtica de nuestros hermanos, compañeros del viaje sideral en que la naturaleza nos ha embarcado, de lo contrario, que sería del fuego y su tibieza, si cada leño hiciera la suya.
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
Fundado en 1981 – Ramón Masini 2956/002 – Pocitos- Montevideo, Uruguay
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