El reposo del hombre (reflexiones de José Luis Rondán)

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José Luis Rondán
José Luis Rondán
Que bien se siente levantarse a la mañana y absorber todo el oxígeno que nos sea posible, desperezarnos, estirar los músculos y poder mirar la vida pensando en lo que vamos a hacer mientras el día transcurre.
Hemos dormido bien, logrando un profundo y apacible sueño reparador, pudiendo sentir que cada fibra del cuerpo ha recobrado las energías perdidas durante el trabajo del día anterior.
Es importante determinar el concepto de descansar o reposar, según el diccionario de la lengua española: Reposar, descansar, es dar intermisión a la fatiga o al trabajo.
Es la obtención de la paz sin alteración.
Descansar a través de un breve sueño, permanecer en quietud y tranquilidad.
Descansar. Cesar en el trabajo, reparar las fuerzas con la quietud tregua.
El descanso es bienvenido en la medida que podamos disfrutarlo, gozarlo, porque a través suyo logramos deshacernos del agotamiento, del cansancio, de la ausencia de las energías, recuperándolas; pero cuando el descanso es llevado al extremo, se troca en pereza, en holgazanería, y por ende, y sin percatarnos, nos vamos volviendo mohosos, nos vamos anquilosando porque la extrema quietud, la detención física extrema, cuando no es de contemplación, de meditación, nos conduce a caminar por senderos indeseados, a mirar en aquellos espejos que desde hace mucho hemos evitado observar, por miedo a encontrarnos de frente con el otro habitante, con ese que nos avisa, nos llama la atención y tantas veces nos mortifica, de ahí la imperiosa necesidad de mantener la mente y el cuerpo ocupados, peleándole a la vida cada palmo de terreno, evitando con ello pensar y hacer cosas que nos hagan tropezar, malogrando cada esfuerzo por el que hemos luchado.
Recordemos que el arado que más luce, el que más filo ostenta, es aquel que a diario se hiende en el surco, no aquel que ha sido casi olvidado en un rincón del galpón, el cual por su inactividad, se ha ido herrumbrando, se ha ido desafilando y opacando, transformándose más en un futuro adorno para cualquier jardín, que en una herramienta de trabajo, promesa de prosperidad.
El trabajo dignifica, hace que podamos poner el pan sobre la mesa, que podamos poseer abrigo y sobre todo esperanzas, de ahí la férrea voluntad por hacer de él la liturgia diaria de enfrentarnos al desafío de volcar nuestras energías en la construcción, sabiendo que tras el esfuerzo nos aguarda el descanso, el reposo, la tranquilidad.
Es dado ver hoy día en casi todas las calles de la ciudad en que vivo, hombres jóvenes, grupos humanos durmiendo bajo cartones, apretujados en cualquier rincón mugriento, con la mirada perdida vaya a saber uno en que neblinoso horizonte, fumando alguna cosa que le quite la realidad de en medio y le permita seguir adelante con su descanso eterno, pero en vida, (si así podemos llamarle), embotando sus mentes, sin inquirirse nada ante su nefasta realidad y salpicando de amargura a quienes aún desde muy cerca, hacen por mantenerse en pie.
Hace poco circulaba a la mañana por una avenida muy transitada de Montevideo y pude apreciar sentado en una esquina, a un hombre de unos veinte y tantos; veía pasar los autos, veía pasar unos caballos sueltos en la calle, y unos colegiales que marchaban hacia su escuela; veía pasar su vida que como un río silencioso, sin agitarse, quedo, casi en reposo lo iba atravesando sin que se inmutara. De vez en vez, como si el brazo de plomo le pesara demasiado, como si tanta quietud le hubiera transformado en un cuerpo de una sola pieza, hacía por llevar el último vestigio de un pucho encendido vaya uno a saber cuándo, haciendo por ingerir un tenue hilito de humo tan gris como la mañana en que lo vi, tan gris como sus raídas ropas, su pelo, su piel o su vida misma.
Trabajé durante todo el día y al retornar a mi casa cuando el sol caía, miré a la esquina de la calle tan transitada como durante la mañana, apreciando con pesar al hombre gris, quieto, estático, sentado en la misma esquina, en idéntica posición, descansando de descansar, porque el descanso agota y es necesario combatirlo con reposo y quietud.
El tema central obviamente no es el joven haragán y abandonado de la cotidiana esquina, el tema medular de esta reflexión debe ser la importancia que debe tener en nosotros, en nuestro ser, el culto al trabajo, el amor a la construcción, las ansias por no dejar de ser arados rompiendo terrones, abriendo surcos, haciendo cunas de negra tierra donde acomodar semillas de ilusiones, de esperanzas, de sueños; en la certeza que el trabajo nos hará, como buscadores, seres humanos más dignos, más orgullosos, mejores peregrinos.
Cuando veo al hombre o a la mujer que salen a las calles a poblarlas de vida, de inquietudes, de esperanzas desdobladas, de sueños a realizar, dispuestos a dar pelea, a buscar en la marcha el merecido descanso, no puedo menos que volver la mirada hacia el enjambre de alienados que por diferentes causas se han dejado arrastrar, se han dejado revolcar por la miasma de la decrepitud, de la decrepitud, transformándose en pobres fantoches, quienes el verdadero descanso al que pueden aspirar, quizás sea el de la propia muerte.
José Luis Rondán
Taller de Arte “La Guarida” del artista plástico José L. Rondán
Fundado en 1981 – Ramón Masini 2956/002 – Pocitos- Montevideo, Uruguay
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