Córdoba misteriosa: El extraño visitante de los terrones

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2027

En las sierras de Capilla del Monte, Córdoba, Argentina (Foto: José Luis Rondán)
En las sierras de Capilla del Monte, Córdoba, Argentina (Foto: José Luis Rondán)
Por José Luis Rondán.-En una nota anterior refería a los misterios que discurren en torno al ambiente que naturalmente o inducido, se genera en la zona de Capilla del Monte, en la Provincia de Córdoba, República Argentina.
Lugar de iniciados, de ufólogos, de místicos y comunidades espirituales, lugar de presencias extrañas y algunas veces, de avistamientos; sitio de reuniones anuales para trasegar el mismo tema, pero quizás esta vez, desde otro plano. Lugar de ritos y rituales, donde todos confluyen pero nadie se estorba.
Lugar de cerros misteriosos, caminos pedregosos y mucha fatiga, como si cansando el cuerpo, el espíritu se sublimara…Quizás algo de eso haya.
Hacía varios días que estábamos en el lugar y efectivamente, hacía ya muchos kilómetros que el paraje había comenzado a calarnos hondo, colándose bajo la piel, penetrando en nuestro corazón como si de una filosa daga se tratara.
Habíamos estado en Ongamira (ese paraje por historia y fuerza, es motivo para otra historia), en el Uritorco y en Las Gemelas y tras habernos quedado en una casa frente al cerro Pajarillo, lugar donde cuentan, hubo una conexión muy seria con elementos extraterrestres, y desde donde pudimos apreciar en primera fila la mítica marca dejada por el supuesto OVNI en la falda del mismo, se nos aconsejó ir a Los Terrones, distante unos kilómetros del lugar. Así lo hicimos.
Tras una media hora de recorrido, arribamos a la entrada; debo reconocer que por la primera impresión, la aparente soledad, el silencio pesado y ocre de la zona, el día gris y la arboleda achaparrada y aburrida, dudamos de si debíamos abonar una entrada para visitar aquel lugar, pero como no había nada más que hacer aquella mañana, ingresamos.
El camino sinuoso nos llevaba de una vista espléndida a otra mejor, de una zona alta a un importante bajo, donde no sólo debíamos sortear importantes rocas, sino algunos rebaños de estilizadas cabras; a un lado un círculo rituálico de veneración a la Pachamama a cuyo frente ondeaba orgullosa, batida por el persistente viento, la wiphala*, y más allá un valle verde oliva que nos decía desde su extensión, que hoy sería un día diferente.
El guía que nos fuera asignado demostró desde el primer momento un alto grado de profesionalismo y del sentido de la autoridad, cosa que así nos lo hizo saber. – El guía soy yo, ustedes son mi responsabilidad; nadie me rebaza, voy a la cabeza. – Un problema, un inconveniente, me lo hacen saber y lo resolvemos….- Nadie rompe, nadie arroja residuos, nadie se lleva una piedra de recuerdo, etc, etc… Emprendimos el camino.
Los Terrones es una formación que según nos explicaba, data de unos 350.000.000 de años, emplazado en el valle de La Luna; obviamente no daré detalles geológicos del lugar porque no es el motivo de esta nota, y aparte bien pueden buscarlo en Internet, pero sí expresaré con real convencimiento que recorrer el paraje genera una sensación especial, realmente diferente, la que necesariamente te lleva a transportarte a épocas impensables, donde seguramente el ser humano tal cual lo conocemos hoy día, ni siquiera se asomaba, aguardando en ese periplo diferente, natural y misterioso, encontrarse con un ser mitológico, con un gigante o un animal prehistórico; realmente puedo asegurarles que de ser así, más allá del asombro, del temor o del instinto natural de ocultarse dado el caso, no me extrañaría que sucediera. El ambiente es el adecuado.
Casi todo el recorrido se hace flanqueado por gigantescas paredes de color ocre de más de cien o doscientos metros de altura, en cuya cúspide se dejan ver de vez en vez, antojadizas formas moldeadas por los milenios, las cuales se recortan imponentes en el firmamento, y al tiempo que en la penumbra de su misteriosa presencia nos proponen historias y leyendas, nos dicen de su importancia, haciéndonos ver pequeños.
Allí habitaron por muchos milenios los indígenas Comechingones, provenientes de las etnias Henia y Kámiare, asentados en la zona de las actuales Córdoba y San Luis, quienes, según nuestro ilustrado guía, eran muy místicos, por lo que a cada paso debíamos esforzarnos por no caer en ese elemento de corte espiritual, esotérico y misterioso que te nubla los sentidos y no permite muchas veces una verdadera valorización del lugar. Esos elementos los manejamos después, a la luz de los que nos dejó el recorrido, el ambiente, la atmósfera, el silencio y las vibraciones.
Obviamente que en todo el periplo no teníamos más que expresiones de asombro y deslumbramiento por aquella obra maestra de la Naturaleza, la cual a medida que nos íbamos adentrando en las formaciones, nos hacía ver rostros esculpidos antojadizamente, edificios de extrañas formas erigidos vaya uno a saber porque gran arquitecto universal, con el agregado que a medida que íbamos trepando, una espesa niebla fue cayendo sobre nosotros, incrementando notablemente el halo de misterio de aquel impresionante lugar.
-¿Lo viste?..¿Lo alcanzaste a ver?….Me preguntó mi compañero de camino.- ¿Qué cosa? Le pregunté, al tiempo que observaba su expresión de asombro.
-¡Allá arriba…allá está! Y al observar, él ya había tomado una fotografía y apenas con un mínimo espacio de tiempo, pude hacerlo yo; cuando quise volver a verlo ya no estaba, se había esfumado, como si la pesada bruma que lenta, pero inexorablemente cubría aquellas cumbres, se lo hubiera engullido. Desapareció tan misteriosamente como había surgido.
El guía nos aseguró que no había nadie adelante ni nadie nos seguía, puesto que ese era el sistema del recorrido y que por las características climáticas y la época del año, si hacían un recorrido o dos, ya era mucho, por lo que haber visto a alguien en los picos más altos bien podía haber sido una mera ilusión generada por estas tan añejas como misteriosas formaciones, restándole importancia al evento.
Seguimos el resto del camino en silencio, dando vueltas la cabeza de vez en vez, como para asegurarnos que nadie nos observaba, que nadie atendía a nuestro pasaje por el lugar, semi oculto entre las altas y borrosas rocas.
Nos marchamos de Los Terrones plenamente satisfechos por el obsequio que nos hiciera la Pachamama, pero con la imagen en la cabeza, de aquella persona encaramada en la formación frente a la nuestra. ¿Quién sería aquella pequeña figura desdibujada allá en la altura? Seguramente un viejo vigía cuidando la tierra que el hombre moderno tanto se empeña en destrozar, comentó mi amigo, o un lugareño haciendo sus tareas, agregué.
¿Qué más da? Vigía, mensajero o lugareño haciendo en silencio sus labores, lo importante es el regalo que la madre Naturaleza nos dejara al partir de aquel prehistórico sitio, bajo la silenciosa promesa de retornar algún día.
*Wiphala: Bandera de siete colores, símbolo étnico de los pueblos Aimaras, la cual no pocas veces, los ignorantes confunden con la bandera del orgullo gay.